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miércoles, 18 de abril de 2007

La competencia: partera de la historia

Cuando Carlos Marx acuñó la frase: “la violencia es la partera de la historia” resumía su convicción de que los cambios sociales profundos implicaban, necesariamente, sangrientas revoluciones, en las cuales dos clases sociales de intereses antagónicos luchaban por eliminar al contrario. En esa lógica, la sociedad capitalista encontraría su final como consecuencia de la pugna entre empresarios, dueños de los medios de producción, y trabajadores, obligados a vender su fuerza de trabajo. Según parece, los hechos niegan esa posibilidad; es más, la contradicen.
Hoy podemos decir que la competencia entre empresas constituye el verdadero motor de la historia. O, para usar la aludida expresión marxiana, que la competencia es la partera de la historia.
Es factible que en un contexto donde las empresas están obligadas a competir –bajo la atenta mirada del Estado- se promuevan importantes cambios; no solo en la escena organizacional sino que, a partir de allí, en el conjunto del tejido social.
Una empresa incitada a competir necesita mejorar permanentemente todos sus procesos, necesita reducir el precio y elevar la calidad del bien o servicio que oferta. Condición fundamental para lograr tales objetivos es considerar al recurso humano como factor primordial en la organización. Por encima de lo tecnológico, de lo administrativo, de lo financiero; está lo humano. En un contexto realmente competitivo ninguna organización podría sobrevivir si no valora a sus trabajadores.
Exceptuando al factor humano, si comparamos dos empresas que compiten entre sí nos daremos cuenta que son prácticamente idénticas. Sin embargo, necesitan diferenciarse; porque en ello está el éxito. Se requiere innovar, crear, pensar de manera no ortodoxa. Si bien es obvio que el único factor capaz de pensar es el humano; para hacerlo creativamente es menester un contexto que favorezca su desarrollo. Si la organización no proporciona ese marco es imposible que exista el ánimo para buscar cómo hacer mejor las cosas.
Considerar de esta manera al recurso humano no es un tema solo moral, es un tema económico. En un contexto de competencia, la empresa que lo ignore simplemente desaparecerá. Marx decía que la lucha de clases es inevitable puesto que la lógica de la empresa es exigir cada vez más y dar cada vez menos al trabajador. Sin embargo, las empresas que compiten se han percatado que mantener esa lógica es un suicidio. Gracias a la competencia, se han visto motivadas a promover algo impensable para el marxismo: que el trabajador perciba que el desarrollo de la empresa implica su propio desarrollo.
Parte crucial en todo esto es la cultura organizacional. Una cultura que promueva valores como la iniciativa, la tolerancia, la libertad para pensar, el respeto, la verdad, la empatía, la asertividad, el reconocimiento por el rendimiento, el trabajo en equipo, etcétera; ofrece el ambiente necesario para que el factor humano pueda desplegar toda su creatividad y, en consecuencia, coadyuvar para que la organización se diferencie de sus competidores.
Dicha realidad se irradia necesariamente al resto de la sociedad. El trabajador que ha internalizado los valores de la cultura organizacional no los pierde cuando termina su jornada laboral; antes bien, los lleva a otras esferas sociales de las que también es parte; en especial la familia. En donde trasmitirá con en el precepto, pero sobre todo con el ejemplo, los valores que practica en la organización. En ese sentido, lo que, en países como el nuestro, no hace la escuela lo puede hacer la empresa: socializar, sin proponérselo, a partir de sus trabajadores, al resto de la sociedad. Y en virtud de ello promover el cambio social desde un cambio de mentalidad, que tiene como principal catalizador un contexto de competencia.

domingo, 8 de abril de 2007

Organizaciones fuertes II

Se podría establecer, entonces, dos grupos. Uno, en el que ubicamos a organizaciones como la Iglesia y las Fuerzas Armadas y, en otro; a Sendero Luminoso y al Partido Aprista.

Creo que no es fortuito que en este segundo grupo coincidan organizaciones cuyos objetivos son, esencialmente, políticos. Lo cual no quiere decir que las otras estén totalmente exentas de lo político.

Una primera diferencia tendría que ver con los procesos de incorporación de nuevos miembros. En un caso existe un proceso de selección más o menos riguroso, en el otro no. Al contrario. Cualquiera que quiera inscribirse en el partido es bienvenido, incluso sin importar la edad o nivel de instrucción. Otra diferencia, está relacionada con el proceso de promoción o ascenso en la escala jerárquica: son diferentes los procedimientos. En un caso los criterios meritocráticos son más importantes que en otro. En la Iglesia o las Fuerzas Armadas es imposible saltar niveles.

Con respecto a los niveles de democracia interna, diremos que en las organizaciones políticas es mayor. ¿Pero qué tanto?